El Padre ideal
En mi vida no tuve la oportunidad
de contar con un padre presente, mi abuelo fue la figura paterna que de pequeña
admiré, a pesar de que como todos los de su generación y por sus doce hijos y sus
más de quince nietos no tenía mucho tiempo, me brindaba su cariño que
confortaba mi corazón, especialmente en estas fechas en las que en la escuela
todos celebraban a sus papás. Sin embargo, el resto del año, podía sobrevivir
sin un padre a mi lado. Como para muchos mi mamá fue lo suficientemente fuerte,
valiente y trabajadora para sacarnos adelante a mis hermanos y a mí; así fue
padre y madre para nosotros, pero debo admitir que siempre resentí la ausencia
paterna; a veces cuando peleaba con mi mamá, que era seguido, soñaba que mi
padre venía a rescatarme, pero nunca lo hizo. Después de toda una vida sin él a
penas ahora voy entendiendo el verdadero significado de ser padre esto gracias
a mi esposo que es el papá que más admiro y el ideal para mis hijos.
Como mi historia, deben existir
miles más, incluso otras más escalofriantes en las que la ausencia del
progenitor no es el problema sino su presencia tóxica y enferma. No obstante
hay muchos más padres también que aman y acompañan a sus hijos, por lo que concluyo
que los padres cumplen una labor trascendental en la vida de todos nosotros y
por tanto son los responsables para la formación de personas más humanas o lo
contrario, dependiendo del rol que cumplan a lo largo de nuestra existencia.
Pienso que también es cierto que
es difícil ser padre hoy porque seguimos siendo una sociedad machista que
define la tarea de los progenitores como simples proveedores sin derecho ni
obligación a inmiscuirse en la educación y acompañamiento de sus hijos. Esto lo
vemos en los colegios, en las reuniones de padres de familia, las madres son
casi las únicas que asisten. De la misma forma, es esta sociedad la que lo
reprime a manifestar sus sentimientos a sus seres queridos y por tanto no puede
enseñar, con el ejemplo, a sus hijos a administrar correctamente sus emociones.
Un ejemplo claro es cuando tanto hombres y mujeres reaccionan frente al llanto
de los más pequeños diciéndoles que sólo las niñas lloran, que qué van a pensar
los demás si los ven así; que cuando los hijos se enojan, los padres se enojan
el doble y así muchas más reacciones negativas.
Por estas razones a veces lo
mejor que puede hacer un padre es alejarse de la vida de sus hijos para no
maltratarlos con su toxicidad. Pero hay también aquellos que de todas formas se
quedan y dañan de tantas formas a quienes
debían proteger y amar, así van convirtiendo sus hogares en pequeños
infiernos a los que sus hijos no quieren regresar o los van replicando, ellos
mismos, en otros espacios como la escuela convirtiéndose en los victimarios y
engrosando así el número de personas deshumanizadas que posiblemente
reproducirán este círculo de dolor y abuso con sus propias familias.
Pero no todo es obscuro y malo,
claro que sí, existen miles de padres amorosos que después de una agotadora
jornada de trabajo llegan a sus casas a jugar con sus hijos, que les enseñan
con su ejemplo a amar y ser amados; a respetarse a uno mismo y a los demás; a
valorar la dignidad humana y a luchar para defenderla sobre cualquier
injusticia; aquellos padres que hacen cualquier sacrificio por ver felices a
sus niños y también los que se quedan solos porque la madre ha abandonado el
hogar o ha fallecido y tienen que ser ellos solos padre y madre al mismo tiempo.
Éstos son los padres responsables de dejar su mejor legado en este mundo,
personas felices y más humanas que saben que en el amor y servicio a los demás
encontrarán una vida plena.
Para mí, entonces, el padre ideal
no es aquel que no comete errores, sino aquel que si los comete pide perdón a
sus hijos y les enseña a perdonar con amor, aquel que todos los días lucha
consigo mismo para convertirse en el mejor ejemplo para sus hijos y el que
tiene el sueño no de tener hijos exitosos, sino felices, porque sólo así
entenderán el verdadero sentido de la vida. Es a estos padres a los que debemos
agradecer, valorar y festejar todos los días y no sólo el 19 de marzo.
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