Septiembre me da la excusa perfecta
para hablar sobre un tema del que he querido reflexionar desde hace mucho
tiempo: “el amor”, pero no necesariamente del romántico en el que todos piensan
cuando se nombra esa palabra, sino el amor como ese sentimiento que se
convierte en el motor de las acciones más increíbles de los seres humanos y de
los animales, pero también que se traduce en pequeños milagros cotidianos que a
veces pasamos por alto.
Coincidentemente esta semana en
las redes sociales pude leer pequeñas historias de amor que me confirmaron que
este sentimiento puede manifestarse de tantas formas distintas que asombra a
cualquiera, cada historia era contada por su protagonista; las que más recuerdo
fueron la de un joven que estudiaba lejos de casa, se enfermó y su padre
viajó en auto dos horas para trasladar a su hijo enfermo desde la
universidad a su residencia a treinta minutos de distancia, llevándole una sopa
caliente y mermelada hecha por su mama, regresando más tarde de nuevo
conduciendo durante otras dos horas; o la que contaba cómo un esposo había
trasladado 50 lápices de colores de su esposa, desde su escritorio hasta una
mesa en su dormitorio, en el exacto orden que ella dejó para ahorrarle una
preocupación.
Así podemos ir describiendo miles
de historias más, las que me tocan personalmente al corazón son aquellas en las
cuales por ejemplo niños, abuelitos y pequeños animales que estaban
desprotegidos, abandonados o enfermos a través del poder del amor de personas
cercanas, o de quienes los rescataron transformaron esa realidad cruel en otra
en la que la esperanza inunda sus vidas transformando también su estado físico.
O viceversa cuando un niño o una mascota gracias a su compañía y amor
transforman la vida de personas que se creían autosuficientes o plenas y
conocen así la verdadera felicidad que sólo deja el amor.
Todos estos ejemplos nos llevan a
pensar en nuestra vida y a reconocer esos pequeños milagros de amor que vivimos
cada día junto a los seres queridos, como cuando tu esposo se levanta todas las
noches para darle leche a tu bebé para que tú no te despiertes y duermas mejor,
o como cuando tu hijo te deja la última
galleta, de ésas que le gustan mucho o tal vez cuando sientes que tus suegros
están orgullosos de ti por tus logros, así como cuando a pesar de que te
encanta dormir y ni para ir a clases en la universidad te levantabas temprano pero
ahora te despiertas a las seis de la madrugada a dar leche a tu bebé y media
hora después te levantas para alistar al hijo mayor para la escuela. Cada una
de estas situaciones, pueden pasar desapercibidas por la cotidianidad, pero si las
reconoces bien son gotitas de amor que fortalecen los vínculos con tus seres
queridos y además construyen inolvidables recuerdos.
Además del enamoramiento y la
fuerza de la pasión que se desprenden del amor existen otras formas de amor que
transforman también nuestra vida, como cuando encontraste el amor de tu vida,
también al tener en tus brazos por primera vez a tus hijos después de haberlos
esperado nueve meses; en el momento en que regresa un ser querido a salvo de un
largo viaje; cuando sientes nuevamente el amor de tu mamá a través de su amor
hacia tus hijos; en el tiempo que tu pequeña gatita te sigue por todas partes y
no puede dormir si no es a tus pies. Todo este amor te transforma, te llama a
ser mejor cada día, a devolverlo a través de la solidaridad con otros que
necesitan tu apoyo, tus palabras, tu cariño, aunque no sean parte de tu familia
pero que a través de estos actos movidos
por el amor también los transformará y a su vez ellos lo devolverán con otros y
así podremos conseguir una cadena infinita de amor transformador.
Lo sé, puede parecer algo cursi,
irreal, pero estoy convencida que se puede lograr porque tengo fe ciega en el
amor, porque lo he visto transformar vidas, lo ha hecho y sigue haciéndolo
conmigo y espero siga haciéndolo con mis hijos y espero que ellos sientan su
fuerza a través de todas sus acciones, pero tal vez lo más importante que
disfruten de la felicidad que puede dejar este sentimiento no solo si lo
sabemos recibir sino especialmente el
dar a los demás, entregando el corazón para transformar el mundo, convirtiéndolo
en el mejor lugar donde vivir.
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