La semana pasada
una noticia escalofriante ha inundado los noticieros nacionales, la muerte de
Abigail, una niña de apenas siete años de edad, en manos de su padre y su madrastra. Las crónicas encontradas
en los medios impresos y virtuales son desconsoladoras, imaginarse que un
progenitor, alguien que dio vida a otro ser, pueda ser capaz de torturar a su
propia hija hasta dejarla tan herida, el saber que la niña solo pedía parar de
sufrir, maltrata la sensibilidad de cualquiera. Sin embargo, éste no es un caso
aislado, pues a 34 asciende el número de casos de infanticidio registrados en
Bolivia, de enero a noviembre de este año, informó el Fiscal General del
Estado, Ramiro José Guerrero.
Por esta razón
más que reflexionar sobre este caso en particular, creo que lo mejor sería
profundizar el porqué de estas conductas deshumanizadas por parte de padres y
madres de familia, en contra de seres que están bajo su patria potestad, su responsabilidad,
su cuidado y protección y especialmente que deben recibir el más grande amor de sus progenitores. En este
sentido múltiples y diversas pueden ser las causas de estas conductas.
Desde esta
realidad, pienso que podemos partir de preguntas tan generales como ¿Cuál es el
papel de la sociedad machista y
adulto-centrista en la influencia para que padres y madres ejerzan violencia
contra sus hijos? ¿Cuál es la influencia de la formación y el ejemplo que recibieron
desde pequeños, estos futuros padres y madres en sus propias familias de
origen? Las respuestas parecen obvias, si en nuestra sociedad vivimos una
realidad donde el poder ejercido tanto por los varones, pero no sólo ellos sino
los mayores en general hombres y mujeres les da la potestad de infringir
violencia contra los menores que son más débiles es que estas conductas son
reproducidas de lo vivido en diferentes ambientes dentro de la sociedad a lo
largo de su vida, pero especialmente dentro de sus familias.
Entonces, una de
las raíces aparentes de estas conductas deshumanizantes es la convivencia en
una familia disfuncional, sin embargo pienso que hay algo todavía más puntual
dentro de la experiencia temprana de estas personas y es la falta de una
educación emocional de parte de sus padres y de ellos mismos, es aquí donde les
propongo hacernos algunas preguntas personales ¿quién nos enseñó a reconocer
nuestras emociones, ya sean positivas o negativas? Pero fundamentalmente ¿cómo
aprendimos, si lo hicimos, a controlar, manejar y reencausar las negativas?
Personalmente
sólo puedo responder a la segunda pregunta, y es con el ejemplo que veía en
casa, porque nadie me habló de aquello ni en mi casa, ni en el colegio, ni en
ningún otro ambiente. Pienso que es la
realidad de muchos, haber vivido con padres y madres que no saben controlar sus
emociones, que la rabia y el enojo los desborda y se ensañan con sus hijos u
otros menores en el ámbito familiar, esto desensibiliza tanto que nos parece
normal vivir así y cuando nosotros crecemos y podemos ejercer ese poder sobre
otros más vulnerables lo haremos sin pensarlo porque es lo que aprendimos que
está bien.
Pero aquí me
asalta una pregunta más propositiva ¿cuál debería ser la conducta de nosotros
como progenitores frente a nuestros hijos? Un texto encontrado en el internet consideró
que describe claramente estos aspectos, que en un apretado resumen más o menos
nos expresa lo siguiente: Cierto que los
padres debemos ser adultos, pero no para ejercer un poder sobre los menores
sino para poner límites, pero no por capricho sino por salud, seguridad y
respeto. Es así que como adulto debo controlar mis emociones, si me desbordo me
alejo y me calmo, las controlo para enseñar a controlarlas a mis hijos. Como adulto,
no pego, no grito, ni amenazo ni insulto, especialmente a alguien que me
quiere, que me necesita y que se mira en mí para saber lo que significa ser
adulto, entonces para enseñar a mis hijos arreglo mis conflictos hablando o
poniendo distancia o pidiendo ayuda. Como adulto también sé pedir perdón por
mis errores y rectificar el daño que haya podido hacer, que nuestros hijos vean
pedirnos perdón de corazón les enseñará que no hay nada de vergonzoso en
reconocer un error, que todos nos equivocamos y que aceptarlo es la mejor forma
de convertirnos en mejores adultos y mejores personas. (https://www.facebook.com/psicologiadefamilias/)
Entonces, parece
ser que el reto más importante como padres no está en controlar el
comportamiento de los hijos sino el nuestro, y lo más importante nuestras
propias emociones, por lo que solo me queda parafrasear a mi amigo Sheriff
Hiroshima del Movimiento Humanista cuando dice que “Si mostramos el camino para
un mundo más humano, tendremos un mundo más humano”.
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