Un tema de interés en una reunión
de madres de familia al que asistí, fue el académico; cada una fue planteando
su preocupación por mejorar la educación de sus niños y niñas, una de ellas
comentó que conocía una profesora de nivelación en lenguaje y otra sobre un
curso para mejorar en inglés y matemáticas. Aquí nació el tema de la
importancia de contar con toda la ayuda posible para hacer que nuestros
pequeños se conviertan en alumnos competitivos. Ante este planteamiento
discrepé entre todas porque realmente pienso que todavía son muy pequeños para
tomar bajo su responsabilidad tal hazaña. Todas se asombraron cuando les dije
esto, pues replicaron que en esta época tan competitiva nuestros hijos deben
estar muy bien preparados.
La conversación se diluyó, no
recuerdo bien por qué, pero se me quedó la inquietud de sus palabras; es una
realidad que vivimos en una época en la que los requerimientos para becas,
puestos de trabajo y otros son más exigentes con el paso del tiempo, por
ejemplo saber hablar sólo inglés ya no es suficiente, sino es necesario dominar
varios idiomas, tener conocimientos sobre las nuevas tecnologías además de los
conocimientos específicos de una profesión, y otros conocimientos más. También
es cierto que si uno aprende en una edad más temprana se le hace más fácil
asimilar todo. No obstante no me parece que esto sea una excusa, primero para
llenar de actividades extracurriculares el tiempo libre de nuestros niños y
segundo incitar la aplicación de la cara negativa de la competitividad en
ellos.
Digo esto porque no es extraño
encontrar este tipo de competitividad, la vemos todos los días en las oficinas,
en las escuelas, en las universidades y en otros ámbitos, donde no importa cómo
se gane, cómo se logre ser el mejor, cómo se llegue a la cima; lo importante es
hacerlo y si para ello pasamos por encima de otros, lastimando y humillando
está bien. Lo que preocupa puede ser que parece que las personas que hacen esto
son las que tienen más éxito, tienen los mejores cargos, las mejores casas,
pero deberíamos preguntarnos ¿serán los que se sienten más satisfechos? y yendo
más allá ¿serán verdaderamente felices? Apostaría que no, que más bien su
ambición va creciendo y nunca encuentran satisfacción con lo que logran y
siempre quieren más y harán lo que sea por conseguirlo.
Aquí es donde debemos plantearnos
como padres: realmente ¿queremos esto para nuestros hijos, que estén llenos de
actividades y estudios sin tener tiempo para jugar, para ser niños? ¿Queremos
que por desear ser los mejores de su clase, los más preparados, tener las notas
más altas no les importe qué deban hacer y por encima de quién pasar? Y más aún
¿que por querer cumplir expectativas poco realistas, que normalmente son más
nuestras como padres, se frustren y se depriman sintiéndose unos fracasados y
peor todavía sintiendo que nos decepcionaron?
Qué importante es entonces estar
conscientes que cada niño tiene un ritmo en el aprendizaje teórico como
práctico, es decir en materias como lenguaje, matemáticas, inglés, o como en educación física y música; cada uno
también tiene habilidades para unas materias más que para otras y finalmente
que las notas tanto de primaria como de secundaria no determinan el futuro
académico de nuestros pequeños, es decir que ser el mejor de su clase en el
colegio no garantiza que será el mejor profesional.
Algo más importante que estarnos
comparando con los demás es saber que somos capaces de lograr todo lo que nos
propongamos trabajando duro, que cualquier sueño se puede hacer realidad si
realmente luchamos por alcanzarlo y que el camino para conseguirlo en compañía
es mucho mejor, teniendo el apoyo y el cariño de los seres queridos y saber también que ayudando a los demás a
cumplir sus propios sueños no nos retrasará sino que nos llenará de más energía
para conseguir los nuestros.
Por eso creo que, como padres,
debemos más bien motivar en nosotros mismos y más en los niños una
competitividad sana de superación personal y no en comparación con los demás;
es decir la búsqueda en ser hoy mejor que lo que fui ayer; una competitividad
que no deje de lado el trabajo en equipo, la cooperación y la solidaridad y que
promueva además el disfrute de aprender exigiéndonos sí, pero sin presiones
desmedidas porque lo importante es aceptarnos como somos y aceptar a los demás
de la misma forma, buscando siempre ser la mejor persona en la que podemos
convertirnos.
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